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El Chuscal, un acueducto veredal hecho a pulso

Los habitantes de El Espino, que vivieron con intensidad los rigores del conflicto armado, hoy son protagonistas de una singular historia de conservación.

Los habitantes del El Espino, que vivieron con intensidad los rigores del conflicto armado, hoy son protagonistas de una singular historia de conservación.

Hace un poco más de 18 años, el 9 de junio de 1999, la guerrilla de las Farc atacó de manera inmisericorde el caso urbano de este municipio de la provincia de Gutiérrez, en el departamento de Boyacá.

En las páginas amarillentas del periódico El Tiempo se puede leer que 200 subversivos de los frentes 10, 28 y 45 lanzaron indiscriminadamente 30 cilindros cargados con explosivos, arrojaron bombas molotov y dispararon tiros de fusil a todo lo que se moviera en una descomunal e irracional exhibición de fuerza.

El saldo no pudo ser menor. Nueve muertos entre ellos ocho policías y una mujer de 82 años. 22 casas derruidas y la destrucción total de las edificaciones donde funcionaban la Alcaldía y la Policía.

Al otro día de la tragedia, y en una demostración de valentía sin igual, sus pobladores madrugaron a levantar los escombros que había dejado la atroz incursión.

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Aún en medio de la zozobra generada por los actores de la guerra, un grupo de campesinos de la vereda La Laguna, sector Salinitas, se había empeñado en que todos los de su comunidad tuvieran agua potable para satisfacer las necesidades básicas. Su esfuerzo permitió que en julio de ese año, un mes después del ataque, se constituyera formalmente la Asociación de Suscriptores del Acueducto El Chuscal, que depende de la reserva del mismo nombre, y que hoy surte parcialmente a 142 familias. Un acto de paz en medio de la barbarie.

Lo hicieron a pulso. El apoyo de las autoridades locales de la época fue mínimo. Así lo recuerda la profesora María del Carmen Rincón de Cely, presidenta de la junta administradora del Acueducto.

Ella, una maestra pensionada que con su determinación y firmeza formó el carácter de cientos de jóvenes de la localidad, se desplazaba en largas cabalgatas a compartir su conocimiento con los niños de las veredas. Su trabajo le permitió conocer de cerca las carencias de las familias del sector y entre ellas la falta de agua potable.

Foto El Chuscal

Años después la profesora María del Carmen asumió la dirección de la Concentración Urbana Luis Antonio Barón. Sus nuevas responsabilidades no fueron óbice para seguir en contacto con las realidades del campo. Junto a líderes como Rodrigo Tarazona, Dionicio Mojica, Encarnación Gómez, Mercedes Rincón, Angelmiro Carreño, Eugenio Estupiñán y el ex alcalde Armando Tarazona, entre otros, decidieron emprender la construcción del acueducto veredal.

Fue por allá en 1975. Dionicio Mojica recuerda que se buscó un sitio en la parte alta de lo que hoy es la reserva El Chuscal. Allí se adecuó la bocatoma, se construyó el tanque desarenador y desde ese punto se extendió la manguera a lo largo de casi 25 kilómetros. La comunidad aportó su mano de obra y con algunas contribuciones menores se compraron los materiales.

Y aquí la profesora María del Carmen exhibe nuevamente su temple para hacer énfasis en que lo que se ha construido ha sido posible gracias al esfuerzo de la gente, de cada usuario, de los viejos y de los jóvenes. De los gobiernos, lo mínimo; de los políticos, lo poco que se les ha podido rasguñar. Recuerda que para la instalación de las redes iniciales los primeros asociados donaron 90 jornales y pequeñas cuotas de dos mil, cinco mil o diez mil pesos, según sus posibilidades.

Pese al esfuerzo, el agua que llegaba a las viviendas era de baja calidad porque el predio no estaba aislado y la presencia de animales ocasionaba la contaminación del líquido. Esta situación obligaba a los miembros de la junta a hacer convites para el mantenimiento de las redes, de la bocatoma y para medio aislar los nacimientos. La situación empezó a cambiar en 2002 cuando el municipio adquirió los primeros predios para la reserva y hubo, de alguna manera, un mayor control.

Una exitosa alianza entre Corpoboyacá y la comunidad

El trabajo hombro a hombro entre la población y las instituciones públicas es exótico, por la desconexión del Estado con las realidades locales y por la desconfianza de los ciudadanos hacia los funcionarios del gobierno, sin embargo, Corpoboyacá logró lo impensable: vincular a campesinos de 12 municipios de las provincias de Norte, Gutiérrez, Tundama y Centro para poner en marcha un proyecto de restauración vegetal en zonas de conservación.

Los pobladores de la vereda La Laguna, sector Salinitas, en El Espino aceptaron la propuesta y en 2012 firmaron con la Corporación, el Ministerio de Ambiente y el Fondo Nacional Ambiental el convenio 077 para adelantar las labores de aislamiento, establecimiento y mantenimiento de áreas en restauración activa y pasiva en la zona de recarga hídrica de la cuenca del río Nevado, y específicamente en cuatro predios: Chuscal 1, 2 y 3 y Llano Grande.

Carolina Hurtado, funcionaria de Corpoboyacá, supervisó el convenio, pero su labor no se quedó solo en una inspección oficial. El compromiso de la profesora María del Carmen y de los otros integrantes de la Asociación de Suscriptores del Acueducto El Chuscal le permitió vincularse a las jornadas en las que unos trazaban el límite de la cerca, otros abrían huecos, unos más cargaban los postes, las plántulas para sembrar y las chipas de alambre y al final de cada día compartían en medio de un piquete.

Foto El Chuscal

La Corporación, el Ministerio y el Fonam aportaron los materiales y los beneficiarios del acueducto la mano de obra, por eso recibieron su pago pues con este esquema se busca que los habitantes del sector se vinculen a las labores contratadas, asuman con responsabilidad la ejecución de las obras y ejerzan vigilancia sobre su calidad, sin la intervención de contratistas externos.

Cinco años después los cuatro lotes donde se realizó el aislamiento y la siembra de las casi 47 mil plántulas se encuentran conservados lo que garantiza el suministro de agua. El lugar está vigilado por un guadabosque pagado por la Alcaldía y muy cerca se ubica el Batallón de Alta Montaña ‘Santos Gutiérrez Prieto’.

Este proceso participativo de restauración y la manera como la comunidad de la Laguna, sector Salinitas, ha gerenciado el acueducto El Chuscal lo convierten en un modelo a seguir. Cuenta con una junta de administración, un fontanero, una planta de tratamiento, medidores y un moderno sistema de facturación operado por Mariana Cáceres Cely, una de las nietas de la profesora María del Carmen.

Todo por la conservación

Lorena Lozano Rosso estuvo vinculada al trabajo de aislamiento y reforestación en representación de Corpoboyacá entre 2013 y 2016. Aunque ella y su familia son de Chiscas, un municipio localizado a 34 kilómetros de El Espino, hoy reside en Bogotá. Cuando la contactamos para que nos describiera sus vivencias con el proyecto se emocionó y no paraba de hablar.

Nos contó que por sugerencia de la profesora María del Carmen establecieron un sistema de control para asegurarse de que todos los operarios cumplieran con sus actividades, pues igual estaban recibiendo una remuneración por su trabajo. Eso ayudó a que El Espino fuera el primer municipio en concluir con las labores contratadas.

Foto El Chuscal

Como anécdota relató que durante varios días tuvo que compartir con al menos 20 trabajadores en una cabaña del municipio pues el recorrido entre el pueblo y el lote donde se adelantó la restauración era de casi dos horas y había que ahorrar tiempo y dinero. Confiesa que aunque la situación era inusual nunca se sintió intimidada, al contrario destacó el respeto de sus compañeros de habitación que valoraban su arrojo y determinación para que todo saliera bien.

Madre de un niño de siete años, en 2015 Lorena se entera con alegría de su segundo embarazo. Su nuevo estado no le impidió seguir con la rutina de caminar largos trayectos para monitorear el avance de la cerca y el estado de las plántulas que como su vientre empezaban a crecer y a experimentar el maravilloso proceso de la germinación. Juan José nacería el 24 de diciembre de ese año y sus hermanos, los árboles de El Chuscal, cada día están más asidos a la tierra y de ellos depende que a sus vecinos no les falte el agua para vivir.

Una comunidad ejemplar

Carolina Hurtado, profesional de Corpoboyacá, reconoce que el liderazgo asumido por los miembros esta Asociación fue muy destacado. Hicieron más de lo que les correspondía.

Para sorpresa suya y del director de la Corporación, Ricardo López Dulcey, produjeron un cartilla que recoge la memoria del trabajo adelantado. La idea fue de la profesora María del Carmen Rincón y su iniciativa tuvo el respaldo de la junta.

La educadora consideró que un trabajo tan importante tendría que quedar escrito en alguna parte, que no podría limitarse a unos informes técnicos que se guardan en los archivos oficiales. Entonces pensó en hacer un folletico y compartió este deseo con Lorena Lozano y su nieta Catalina Chaparro Cely, comunicadora social que reside en Cali.

Catalina asumió el reto y con ese empuje que heredó de sus abuelos maternos, María del Carmen y Manuel Cely (Q.E.P.D), recopiló la información necesaria: los textos, las cifras, las fotos; diseñó la cartilla e imprimió unos pocos ejemplares con materiales ecológicos. Era más de lo que su abuela esperaba, más de lo que una entidad del Estado recibe de sus contratistas.

El empeño y el compromiso de este grupo de líderes de El Espino, su arrojo para encontrar soluciones a problemas colectivos y su capacidad de resiliencia frente a la rudeza de ese conflicto que sembró muerte y desesperanza, ponen de presente que una comunidad unida es superior sus retos, incluso rebasa a sus gobernantes.

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