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Los jóvenes y la revolución de las cosas pequeñas

Tenía solo tres años cuando su papá la llevó por primera vez a conocer el vivero de la UPTC. Fueron días muy felices, de mucho aprendizaje y de historias fantásticas que él le contaba a su pequeña Karen Dayana.

Tenía solo tres años cuando su papá la llevó por primera vez a conocer el vivero de la UPTC. Fueron días muy felices, de mucho aprendizaje y de historias fantásticas que él le contaba a su pequeña Karen Dayana. Allí se dedicaba a cuidar especies de plantas que estudiantes y profesores de Ciencias Naturales utilizaban para identificar las propiedades de cada familia.

Su historia es una muestra de que la educación empieza en el hogar y de que el buen ejemplo es determinante para la formación de las nuevas generaciones. En Karen Dayana Aguilar Botía se despertó entonces una especial sensibilidad por el cuidado de la naturaleza, el ahorro de agua y de energía y la clasificación de los desechos.

Foto Revolución de las cosas pequeñas

A sus 21 años no solo es estudiante de Ingeniería Ambiental de la UPTC sino que tiene a su cargo la coordinación del Nodo Tunja de la Red de Jóvenes de Ambiente, una iniciativa impulsada por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible y respaldada por Corpoboyacá que en el departamento aglutina a 256 jóvenes de 18 municipios cuyas edades oscilan entre los 14 y los 28 años.

Karen Dayana recuerda que los viernes en la tarde, después de asistir a clase en el Colegio El Rosario de Tunja, el plan era acompañar a su papá en el vivero. Él le ensañaba a sembrar los retoños y a trasplantar las que estaban más grandecitas. Ella le ayudaba en su mantenimiento y por eso le compró una regadera de colores que se deterioró por el uso. También tenía la tarea de alimentar a los pescados, a las aves y a los conejos que se criaban junto a los arbustos, nativos y ornamentales.

Hoy agradece la influencia de su papá en su amor por la naturaleza, en su responsabilidad por el uso racional de lo que ella nos provee, en su decisión de formarse profesionalmente en el ámbito de la Ingeniería Ambiental y de alguna manera en el hecho de hacer parte de la Red de Jóvenes de Ambiente.

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A la Red la encontró por casualidad en 2015. A través Facebook se enteró de las actividades de educación ambiental que realizaban en los colegios, de las jornadas de arborización y de las caminatas que hacían a los páramos y a reservas naturales como el Malmo en Tunja. Escribió para pedir información y recibió una convocatoria que compartió con sus compañeros de semestre. En agosto de ese año se conformó el Nodo Tunja con 15 integrantes.

Su pasión y la de sus amigos por todo lo que signifique la preservación de la vida, de los árboles, de la fauna y del agua a veces tiene sus reveses. En ocasiones la desalienta la actitud desinteresada de los estudiantes de colegio a quienes parece no importarles nada, asisten a regañadientes a las convocatorias de la red o simplemente no acuden. Le indigna igualmente la displicencia y la falta de colaboración de ciertos funcionarios públicos que dilatan su apoyo a las actividades que se programan.

Foto Revolución de las cosas pequeñas

Es un tema frecuente, pero quienes hacen parte de la Red no están dispuestos a desfallecer.

La red es un voluntariado

Sofía Moreno, la coordinadora de la Red de Jóvenes de Ambiente en Boyacá, ha experimentado tal apatía. Recientemente promovieron la conmemoración del Día Nacional del Lago de Tota, una jornada que buscó llamar la atención sobre la urgente necesidad de cuidar este embalse natural afectado por la contaminación de sus aguas y la sobreexplotación de su cuenca. Pese a la trascendencia de la actividad la participación local, incluso la oficial, fue limitada.

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Sofía sabe que es un tema con el que deben lidiar permanentemente. Su arribo a la Red se dio por una invitación que le hizo su hermano para intervenir en una campaña destinada a la disposición final de llantas, un problema que aunque no es grave en su natal Siachoque si genera preocupación.

En muy poco tiempo escaló y se consolidó como líder departamental de estos 256 jóvenes que dedican sus tiempo libre, que sacrifican su descanso y que aportan su conocimiento a enseñar a otros a velar por el bienestar de los recursos que soportan la subsistencia de los seres vivos.

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Ella, por ejemplo, se formó como ingeniera sanitaria de la Universidad de Boyacá y se especializó en Ingeniería Ambiental, actualmente trabaja como hidróloga en la sede operativa del Ideam en Duitama. Hace parte del equipo que monitorea los niveles y los caudales de los ríos de Boyacá y Casanare. Su experiencia profesional la ha compartido con niños y jóvenes del departamento en los talleres que periódicamente organizan para seguir entusiasmando a otros a sumarse a la causa.

– ¿Vale la pena tanto esfuerzo, especialmente cuando la apatía de las personas y las instituciones es la constante?, le preguntamos.

Su respuesta no se hace esperar. Es clara y directa, como quien no ve obstáculos sino oportunidades.

– Claro que vale la pena el esfuerzo, en todos los sentidos. Nosotros buscamos motivar a través del voz a voz, del ejemplo, esa es la estrategia de nuestro voluntariado.

Karen Aguilar suma su sentir a esta conversación. Asegura que ser parte de la Red de Jóvenes de Ambiente es un estilo de vida, es saberse útil y aportar algo al mundo y confiesa que desde que se dejó atrapar por la red en su casa se han dado cambios significativos: se recicla, se separan los orgánicos, se ahorra energía.

“Yo creo en la revolución de los cosas pequeñas y la red lo está haciendo a través de sus 18 nodos, estamos promoviendo un cambio departamental”, asegura la coordinadora del Nodo de Tunja.

Tota, un reto

Foto Revolución de las cosas pequeñas

Quienes integran la Red de Jóvenes de Ambiente de Boyacá tienen una misión: incrementar las acciones de educación ambiental para que los ciudadanos y los habitantes de las
provincias sean sensibles frente a sus ecosistemas.

Karen considera que en urbes como Tunja hace falta reconocimiento del territorio, que más allá de Unicentro, Green Hills o la Plaza de Bolívar la gente debe saber que la ciudad estuvo rodeada por humedales, muchos de los cuales han sido intervenidos para construir vías y edificios, y que en el suroccidente de la capital, en la vereda Varón Gallero, se localiza la reserva forestal protectora El Malmo.

Tanto Karen como Sofía asumen que la estrategia de educación ambiental en la ciudad debe ser más fuerte que en el campo. En los centros urbanos es evidente la apatía, quizá por esa falsa creencia urbana de que el agua viene de la llave y no del páramo y de que el recurso que sale por el grifo es infinito.

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En el campo la situación es diferente. Sofía, que en cada frase y en cada sentencia exhibe la serenidad de su liderazgo, describe como ejemplo la alegría y disposición de los niños y los adultos de la vereda Hato Viejo de Aquitania en donde recientemente realizaron una jornada de arborización.

“Nos recibieron con una sonrisa, nos brindaron café y todos empezaron a trabajar para sembrar los árboles nativos y ornamentales que Corpoboyacá nos donó. Eso da mucha alegría, ver ese resultado es muy satisfactorio”, dijo emocionada Sofía al concluir que estos procesos enriquecen el quehacer de la Red que poco a poco se ha convertido en un laboratorio de formación de líderes sociales y ambientales que anhelan un mejor departamento.

Foto Revolución de las cosas pequeñas

Esta afirmación se materializa en la historia de Mayerli Iscalá quien a sus 21 años, y pese a las consideraciones de su familia, cursa octavo semestre de licenciatura en ciencias naturales y educación ambiental en la UPTC. Cuando tenía 19 años quiso ser concejal de Tunja. Su propuesta era emprender una intensa actividad de educación ambiental tanto en lo urbano como en lo rural.

“Estoy convencida que la educación es la base de la sociedad, es la base de la vida”. Así, con resolución, defendió su elección profesional de los reparos de amigos y familiares que intentaron desanimarla. Su respuesta fue categórica: “pero cómo así, si la educación es la base de todo”. Nadie logró convencerla de lo contrario y hoy cree firmemente en que puede cambiar el mundo a través de la articulación entre la comunidad y la universidad y de eso pueden dar fe profesores como Manuel Galvis y Néstor Pachón que han sido sus cómplices en esta aventura.

Aterrizó en la Red luego de participar en un taller de agricultura urbana y cuando apenas llevaba dos meses en el colectivo juvenil fue encargada de coordinar una actividad pedagógica y de limpieza del Lago de Tota, reto que asumió con convicción.

De inmediato inició contactos con Javier Acevedo, más conocido ‘Silago Páramo’, se paseó por las escuelas, consiguió aliados, convenció a los productores de trucha para que se sumaran a la jornada y logró el permiso para utilizar un lote en la vereda Hato Viejo con el objeto de sembrar allí 500 árboles nativos que donó Corpoboyacá.

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Fue la misma comunidad la que gestionó el predio convencida de la relación directa entre los árboles y el agua. Allí brotan tres nacimientos que surten al acueducto veredal del que dependen 45 familias. La tarde en que el material vegetal llegó al sector todo fue una fiesta. Los más pequeños ayudaron a extraer las maticas de las bolsas, los más grandes abrieron hoyos en la tierra y en un par de horas los nuevos huéspedes de Hato Viejo estaban reconociendo el nuevo suelo con el extremo de sus frágiles raíces.

La misión no termina allí. Los niños, sus padres, sus tíos y abuelos asumieron el encargo de estar pendientes y de hacerles mantenimiento a los siete cueros, alisos, jazmines, arrayanes, borracheros, espinos, robles y sauces que ahora crecen en esta pendiente de la cuenca del Lago de Tota.

Karen, Sofía y Mayerli son conscientes de su responsabilidad. Representan a los 256 integrantes de la Red que en Boyacá están dispuestos a seguir recorriendo senderos y bosques para aprender de sus dinámicas, a tocar puertas en busca de ayuda para sus jornadas de capacitación o a ofrecer su tiempo y sus exiguos recursos cuando sea menester.

Su esperanza es que los niños y niñas con quienes comparten en cada taller asuman las banderas de este movimiento independiente y se conviertan en los herederos de esta red que se extiende exuberante por las montañas y los valles de este espléndido paisaje boyacense.

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